lunes, 16 de marzo de 2009

Tolerar la vida (y el vivir)

“Diálogo es la búsqueda de un entendimiento mutuo entre dos individuos con vistas a una común interpretación de su acuerdo o desacuerdo. Implica un lenguaje común, honestidad en la propia presentación y el deseo de hacer lo posible para comprender el punto de vista del otro”.

Los conflictos, persecuciones e intolerancias religiosas (antónimos del diálogo y la convivencia entre religiones) son, quizá, una de las pocas cosas que no se le puede achacar al capitalismo imperante. Por supuesto, una afirmación de este tipo no significa que el sistema económico actual no ejerza influencia en los modos de ver la realidad: los principios del individualismo exacerbado, el egoísmo vuelto virtud, la falta de confianza en el otro, los sentimientos de impotencia, insignificancia y soledad moral; sumados a la entronización de la democracia, la constitución y la ley, son configuraciones que deforman la perspectiva que el hombre actual tiene de la realidad, modificando no sólo sus patrones de conducta, sino también sus creencias (el hombre hace lo que hace porque está convencido de ello). No, el que el capitalismo no sea un (reconocido) culpable se debe a que los conflictos entre religiones son de más antigua data que el advenimiento del actual sistema económico.
A lo largo de la historia, muchos han sido los episodios que dan cabida cuenta de la incapacidad de las religiones para convivir: la aparición y persecución del Cristianismo en la Roma Antigua, el desprecio del Islam y la persecución a los “herejes” durante la Edad Media, la destrucción de culturas y religiones latinoamericanas durante el descubrimiento – conquista del “Nuevo Mundo”, las guerras religiosas de los siglos XV y XVI, las Guerras del Golfo contemporáneas (en las que un EE.UU. portador de un orden moral y democrático “justificado” por Dios, invade naciones de religión islámica) y los mismos atentados a la embajada de Israel y la sede de la AMIA en Argentina (por mencionar un hecho local). Sin embargo, un análisis (no tan) profundo de todas ellas pone en relieve la verdadera causa del problema: los conflictos inter y (porque no) intrarreligiosos son más producto de las interpretaciones que el hombre hace de la fe que de la fe misma. Como sostiene el cardenal Jean-Louis Tauran, presidente del Consejo Pontificio para el diálogo interreligioso: “no deberíamos temer a las religiones, ¡ellas generalmente predican la fraternidad! Es de sus seguidores de los que deberíamos tener miedo, de aquéllos que pueden pervertir la religión poniéndola al servicio de malos propósitos”.
Sosteniéndonos en las palabras del purpurado es que, ahora sí, se podría culpar a los intereses económicos y políticos de ejercer influencia directa en las interpretaciones (y usos) de la fe, pero ello no hace a nuestro trabajo. Lo que debe comenzar a analizarse a partir de las palabras del cardenal es la posibilidad que las religiones tienen de dialogar pacíficamente en la actualidad.
Erich Fromm, un psicólogo social, sostiene en su libro El miedo a la libertad (dentro de tantas otras cosas) que la religión (junto con el nacionalismo) une a los hombres contra aquello que más temen : la soledad. Según el psicólogo, el hombre moderno tiene miedo de cargar con su propio yo libre, y por ello se resguarda en formas colectivas de evadir la libertad. Es de reconocerse que el autor centra sus análisis en los fenómenos del autoritarismo y la “estandarización” de las personalidades (que el hombre actúe de acuerdo a lo que la sociedad espera de él); sin embargo, también debe darse lugar a pensar (ya separándonos de los expuesto por Fromm) en que medida el hombre justifica sus necesidades (o intereses) a partir de la religión, el nacionalismo u otras formas colectivas de (en cierto sentido) “evadir” la realidad, así como los intentos de cambiarla y la justificación de que “lo mío es lo primero y lo único”.
Lo anteriormente citado constituye una interpretación negativa (coincidente, en mucho, con la realidad), si se quiere, de lo expuesto por Fromm. Pero también hay una visión positiva, sobre la que se hace necesario recaer: si la religión es un vehículo (necesario) de común - unión del hombre. ¿No puede liberarse esta de las perversiones que este le incorpora? ¿No es posible separarla del nacionalismo a ultranza que, en muchas ocasiones, justificó sus fines políticos mediante la imbricación con la fe? ¿No pueden concentrarse, las múltiples religiones, en potenciar sus numerosas coincidencias en lugar de radicalizar sus pequeñas diferencias?
Un paso de tal magnitud exigirá, sobre todo, dos cosas que, por lo apreciado en la historia del hombre, son muy difíciles de alcanzar: uno, separar razón (o, en este caso, in-razón) de fe, y dos, estar predispuesto a conocer, comprender y aceptar al otro, al tiempo que permito que él mismo me juzgue según sus propias lógicas y argumentos.
Separar razón de fe o, como se dijo, “in - razón” redundará en evitar que los vicios e intereses propios del hombre “contaminen” los postulados de las religiones, en tanto mensajes fraternales más que destructivos.
El conocimiento del otro, su aceptación y su comprensión implicarán la base fundamental para el diálogo interreligioso, al tiempo que abrirá espacios para la construcción de una “convivencia religiosa”, dejando de lado la medieval concepción de “tolerancia religiosa”, concepto sobre el cual recae, subyacente y fuertemente, la concepción de tensión entre religiones. Conceptos como este, pueden ser relacionados con lo expuesto por Rodolfo Kusch en su América Profunda: según el autor, el hombre ya no debe concentrarse en el mero ser (al que identifica con la imagen que nosotros proyectamos de nosotros mismos, a sabiendas de que no es así) sino en el estar. Es decir, si un hombre se basa en las cualidades en las cualidades del otro (el ser), puede juzgarlo y dilapidarlo. Si, en cambio, lo considera a partir de sus necesidades (estar), puede comprenderlo y apoyarlo. Así, se revela que el principio y, al mismo tiempo, propósito del diálogo interreligioso (y porque no, ecuménico) es la necesidad del otro, el lazo fraternal verdaderamente propuesta por la fe; en lugar del interés propio, ese enviciamiento por el cual el hombre irracionaliza la religión.
Inscribiéndonos en lo planteado por el ya citado cardenal Tauran, el que las religiones se sienten a la mesa con la esperanza de la convivencia constituye un riesgo y, también, una oportunidad. En ese sentido, casos como el de la defensa de la sacralidad de la vida, que la Santa Sede y los países islámicos llevan adelante en conjunto ante las Naciones Unidas, es todo un pronóstico esperanzador para los tan duros tiempos que corren. ¿Será el hombre capaz, alguna vez, de vivir en armonía? Sólo el tiempo lo dirá, pero, por supuesto, en la medida que el hombre este dispuesto a hacerlo: lo que le suceda al hombre no es destino, sino el fruto de elegir y actuar con libertad.

Autores: Emanuel Ayala; Julio Linares

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