lunes, 16 de marzo de 2009

Fenómeno Televisivo: Identidad mediática ¿Somos nosotros?

Identidad: Conjunto de rasgos propios de un individuo o de una colectividad que los caracterizan frente a los demás. Identidad, hecho de ser alguien o algo el mismo que se supone o se busca.[1]
Si comenzamos con estas dos definiciones de diccionario, la palabra “identidad” tiene “identidad” propia. Ya sabemos que es, que quiere decir; es su esencia. Pero hay que ir más allá. Entender lo que es la identidad es algo complejo.
Cuando a una persona se le pregunta, lo define con rapidez. Ahora, cuando se le pregunta por su identidad, cuesta un poco más.
En este escrito trataré de explicar que es identidad y preguntarme si un medio masivo de comunicación, como lo es la televisión, puede construir la identidad de las personas; más aún la televisión de nuestros días, en donde las personas comunes son los actores principales. Para empezar, vamos a analizar dicha palabra desde lo particular. Definir esto desde una perspectiva micro; desde el hombre. Ahora, una pregunta que siempre cruza mi cabeza: ¿Qué hacemos cuándo unimos un conjunto de letras escritas con lapicera en un papel, eso que formamos y que es nuestro nombre? Este simple acto, de escribir nuestro nombre, es formar o poner un rotulo a nuestra identidad. Pero, la identidad de una persona va más allá de su nombre, nacionalidad o su documento.
La vida de un hombre comienza cuando sale del vientre materno. Se podría entender a este hecho como el comienzo de la construcción de la identidad personal. Este primer nivel lo podemos llamar experiencial; arraigado desde nuestro primer contacto, tanto con el mundo objetual como el mundo físico/humano. Comienza repitiendo lo que hacen los demás, lo que su misma experiencia le brinda. Es el momento en que comienza a armarla (primera socialización). El segundo nivel lo podemos llamar: instrumental, más relacionado con el mundo contextual; es la relación de este mundo con los demás actores intervinientes en él. Comienza la interrelación con las cosas ya creadas en este mundo (segunda socialización).
Es en el segundo nivel donde comenzamos a construir antropológicamente nuestras identidades tanto a nivel micro como a nivel macro. Comenzamos a enfrentarnos al contexto con nuestras matices de aprendizaje (las afianzamos en este segmento) y, desde aquí, nuestra identidad.
El primer nivel siempre va a fagocitar[2] al segundo, aunque este es el que más se refleja en el caso estudiado (el querer demostrar al mundo contextual lo que quiere ver o disfrutar) ¿por qué decimos que el primero envuelve al otro? Por una razón simple, nuestras experiencias personales en el grupo primario (lo que arraigamos desde nuestro seno familiar) tienen más peso que nuestra construcción fuera de ellas (aunque son importantes a la hora de las relaciones en grupos secundarios). Hay que entender que aquella socialización primera nos da las herramientas para enfrentar a la segunda.
Adentrando en el tema que me compete ¿por qué podemos pensar que un Medio Masivo de Comunicación construye la identidad de las personas? Porque la televisión, como agente de socialización, nos muestra una realidad construida del contexto en que nos desenvolvemos como actores sociales. Por ende es este quién entra en el segundo nivel, que hablaba con anterioridad, para darnos y mostrarnos el mundo contextual.
En la televisión de hoy en día encontramos programas de diversos géneros. Voy a hacer hincapié en programas como Gran Hermano y El Gen Argentino; este último como el más representativo de la temática tratada en este escrito.
Estos actores televisivos mediatizan su imagen, sus pensamientos, sus cualidades y, por ende, su identidad. Lo vemos en las personas que intervienen en programa Gran Hermano. Y con eso tratan de ganar y hacerse conocidos y “cambiar sus vidas”. En el caso de “El Gen Argentino” vemos una temática parecida, pero en este caso no vislumbradas por sus verdaderos participantes, sino por personas que “defienden” y “venden” sus identidades para que la gente vote y trate de conformar ese gen o ser nacional, el deber ser como sociedad, el quien nos representa. En pocas palabras, buscar nuestra identidad como sociedad.
Son dos ejemplos diferentes en referencia a la temática tratada, ¿por qué digo esto? En el Reality la persona, a fuerzas particulares por hacerse conocer o simplemente “cambiar su vida”, deja de lado esas matrices de aprendizaje para lograr, a cualquier precio, triunfar; mostrando sus identidades de una manera desnuda. En el segundo ejemplo, es la persona televidente quién quiere construir el deber ser, la identidad como argentinos; sintiéndose representado por personajes famosos. Uno muestra las identidades de las personas (micro) y el otro construye la identidad nacional (macro).
Kadiman, define a la identidad como una autoadscripción al seno de una comunidad, que hacen propia mediante la socialización. En este caso, la televisión actúa como agente de socialización, y por ende construye la identidad de diferentes personas y de una comunidad.
Este ejemplo, el fenómeno televisivo, es una pequeña parte para entender nuestra identidad y la identidad de los demás. Hay muchos factores influyentes para la construcción de ella.
En definitiva, la identidad va más allá de un nombre escrito en un papel, de la cultura o sentimientos. La identidad es la esencia de una comunidad y por ende de una persona participante de ella. Como país todavía seguimos lidiando con nuestro deber ser, por una simple razón: nuestra socialización primaria (como sociedad) nos fue robada y no pudimos construir matrices de aprendizaje, nos construyeron a su imagen y semejanza. Construyeron nuestra identidad. Es nuestro deber redescubrirla, destruir categorías eurocéntricas y cimentar categorías propias. Así poder entender de donde venimos, a donde estamos y hacia donde queremos ir.


Linares, Julio César.
[1] Definiciones extraídas del diccionario de la Real Academia Española en su versión digital.
[2] Fagocitar en términos de Rodolfo Kush. El autor lo explica en su libro: “América Profunda”.

Crisis de los alimentos: desarrollo vs. dependencia

Luego de los sucesos que acontecieron a nuestro país, entre un sector (como lo es el campo) y el gobierno nacional, es de menester comenzar a repensar la posibilidad histórica que tiene la nación en cuanto a la crisis de alimentos que azota al mundo.
El aumento de los precios internacionales de los alimentos, provocó revuelas por todo en sociedades dispares. En Argentina, uno de los mayores productores de materia prima, dichos efectos son “paradojales”: estamos en presencia de una increíble oportunidad, pero no tenemos la capacidad para lograr plasmarla en políticas agropecuarias (consensuado con los sectores económicos), de mediano y largo plazo, lo que llevó a la crisis institucional y social.

El futuro llegó
La seguridad alimentaría se ve en peligro para muchos países, tanto industrializados como subdesarrollados (el Reino Unido está en alerta y los países del hemisferio sur ya sienten las consecuencias de los altos precios en los granos. Hay que entender que, estos últimos, no tienen el ingreso per capita que si tiene el Reino Unidos, por ende, lleva a grandes revuelas y desesperación a la gente que ve imposible sanear la necesidad de alimento por los altos costes).
En el último año, los precios se duplicaron. Por citar un ejemplo, el trigo pasó de costar 200 dólares a 400 (en un año, este grano, aumentó un 130% en los mercados a termino).
Son varios los factores que influyen en dicha subida de precios: las malas cosechas realizadas por el sector (problemas climatológicos), un cierto espiral especulativo (lo mismo que lleva al petróleo a situarse en precios exorbitantes), el desarrollo de agrocombustibles (consecuencia del aumento del barril de petróleo), la gran explosión de la demanda, por la aparición de los agrocombustibles, pero también por el crecimiento de aquellos países emergentes como China.
El primer factor, fue determinante. Las grandes sequías que sufrió Australia, terribles heladas en nuestro país y la falta de sol y el exceso de agua que azotó a Europa. En lo que respecta al agrocombustible, no jugó un papel determinante a la hora del alza de precios. Estados Unidos, productor de dicho biocombustible, aumentó su producción de maíz.
Pero el último punto es el más determinante. El crecimiento económico de los países emergentes, sumado a su urbanización, modificó las formas de vida de sus habitantes: comen más y consumen mucha más carne. Por consiguiente, el aumento del nivel de vida en los países emergentes y un paulatino aumento de la población mundial hacen que los precios de los cereales se dispare.
La producción, para el mercado mundial, está concentrada en unos pocos países: la Unión Europea, Australia, Canadá, Estados Unidos y Argentina.
Estos, han elevado sus ingresos por esta situación. Pero se han disparado sus propias economías (niveles elevados de inflación). Por esto, han levantado barreras para mantener los precios internos a un nivel accesible. Como lo hizo Rusia, implementando tasas para las exportaciones, fijando cuotas en los volúmenes de venta. Estas medidas, aumentaron las tensiones y/o especulaciones subiendo así mucho más el precio.

Argentina: una posibilidad de desarrollo
Luego de la crisis suscitada en el 2001 (después de más de 10 años de convertibilidad, se derrumbó la economía nacional: el PBI se contrajo un 18%, y los valores de pobreza alcanzaron picos que va a ser difícil igual a futuro. Muchos economistas la comparan con la Gran depresión), el país tiene la posibilidad de comenzar a estructurar su economía.
Pero, hay que entender que dicha posibilidad no se tiene que pensar a un corto plazo ni mediano, sino a un largo plazo. Ahora bien, ¿Hemos superado aquellas épocas de sube-baja tan característica en la economía Argentina?
Si queremos comparar las economías de la década de los 90 con las actuales, no podemos dejar pasar una categoría de por demás importante: el dólar.
Todos sabemos que en los 90, la convertibilidad (un peso – un dólar) fue el caballo de batalla del gobierno Menemista. En el gobierno actual (tanto como en el Eduardo Duhalde) su estrategia es el dólar caro (tres – uno). La etapa menemista, trajo consigo la desindustrialización, ya que los productos nacionales no podían competir con los extranjeros (a igual valor, se elegía el producto de otro país). Con este gobierno, se reactiva la industria nacional, por la manutención del dólar elevado (sirve de barrera para los productos extranjeros mucho más caros). Pero también atrae industrias extranjeras por la mano de obra mucho más barata. Esto hizo que los niveles de pobreza bajaran y el superávit subiera estrepitosamente. También que se vieran beneficiados los exportadores (cobrando en dólar)
Es el gobierno quién sale a mantener el precio alto del dólar; y tiene que tener muchos ingresos para mantener el precio elevado ¿cómo se mantiene el dólar caro?, ¿cuál es la fuente que recurre el gobierno para mantenerlo alto? Endeudamiento, el superávit fiscal (política defendida por este gobierno. No es más que la acumulación desmedida de dólares en las arcas nacionales, para mantener el dólar alto –poder comprarlos-. Uno de los mayores ingresos, son las llamadas retenciones -impuesto aduanero- que hace que el superávit se mantenga en niveles altos) o la emisión monetaria.
Esto hace que no se pueda comenzar a pensar en otras políticas de desarrollo para el país. Mantener dicho precio, trae aparejado un nivel alto de inflación (el precio real de compra del peso es cada vez menor, por la suba de los precios internos).
En definitiva, el tipo de cambio trajo aparejado la exorbitante ganancia para los exportadores. Pero, la teoría del derrame nunca ha sido lograda como tal: aunque los números muestren un gran crecimiento económico, las ganancias siguen siendo para pocos y parece que no se está dispuesto a “compartir” con los demás.
La etapa del crecimiento fácil, ya ha terminado. Es necesario políticas que contemplen al desarrollo como punto de partida. Ciertamente los recursos están y el momento económico mundial es el apropiado. Es de menester no dejar en manos del mercado la economía, sino que el Estado sea el puntal de dicha ciencia.

Precios Internacionales: dependencia inagotable
Nuestros antepasados (Martínez de Hoz, hasta el menemismo), planteaban la necesidad de especializarse en lo que la naturaleza o las vueltas del mercado nos dejó: la agricultura. Esto no es más que, lo que David Ricardo planteaba, Ley de ventajas comparativas. Entendido esto como la manera que tiene el mercado de demarcar a cada país su especialización. Ahora bien, que paradoja que muchos de los países potencias produzcan alimentos y productos industrializados (caso Canadá, Estados Unidos y Australia). Nuestro país depende de los precios del mercado. Se dice que podemos subsanar todo lo que nos falta con la gran rentabilidad que nos da el agro.


Ahora bien, ¿nuestro destino es ser un país agrario sin posibilidad de desarrollo en otros aspectos industriales? La historia no da la razón a esta forma o modo de país (grandes fabricas cerrando y gente sin trabajo).
Está comprobado que la industria trae consigo y demanda mucho más empleo por unidad. Pero la buena competitividad de la producción agropecuaria, posibilita un importante nivel de exportación de estos productos e ingresa dinero y tiende a encarecer la moneda local (como se explicó con anterioridad). Esto hace que los demás productos sufran una depresión en su competitividad.
Es cierto, que dependemos de los precios internacionales del mercado. Sabemos que el mercado lo “manejan” ciertos países potencias. Pero, como plantea Dos Santos, hay factores externos he internos que afectan a que la economía no se pueda impulsar, produciendo, así, un sistema internacional en donde los países metrópolis dominan, de manera económica, a los países satélites.
Los factores externos están a la vista, pero ¿cuáles son los factores internos que hacen posible (y les convenga) esta dependencia? Son aquellos sectores que se ven beneficiados por la desindustrialización y hacen bandera de ella (desde Martínez de Hoz hasta los 90).
En definitiva, Argentina necesita diversificarse en su producción (ya di cuenta de ello). Urge un plan de desarrollo con políticas claras y sólidas a largo plazo, que traigan consigo políticas comerciales internacionales que “desobedezcan” el rol en la división internacional del trabajo; y, que hagan de la distribución del ingreso, la posibilidad de crecimiento.
El país enfrenta esa posibilidad. Hay condiciones internacionales prósperas pero que algún día se terminarán. Dependemos de ella. Pero la posibilidad de desarrollo es una potencialidad. Necesitamos de equidad, igualdad y fraternidad principios de la Revolución Francesa, principios que hacen a la Democracia; esta Democracia aceptada como modo de gobierno pero que no cumple con los requisitos de todos los ciudadanos. Es la oportunidad.

Linares, Julio César.

Tolerar la vida (y el vivir)

“Diálogo es la búsqueda de un entendimiento mutuo entre dos individuos con vistas a una común interpretación de su acuerdo o desacuerdo. Implica un lenguaje común, honestidad en la propia presentación y el deseo de hacer lo posible para comprender el punto de vista del otro”.

Los conflictos, persecuciones e intolerancias religiosas (antónimos del diálogo y la convivencia entre religiones) son, quizá, una de las pocas cosas que no se le puede achacar al capitalismo imperante. Por supuesto, una afirmación de este tipo no significa que el sistema económico actual no ejerza influencia en los modos de ver la realidad: los principios del individualismo exacerbado, el egoísmo vuelto virtud, la falta de confianza en el otro, los sentimientos de impotencia, insignificancia y soledad moral; sumados a la entronización de la democracia, la constitución y la ley, son configuraciones que deforman la perspectiva que el hombre actual tiene de la realidad, modificando no sólo sus patrones de conducta, sino también sus creencias (el hombre hace lo que hace porque está convencido de ello). No, el que el capitalismo no sea un (reconocido) culpable se debe a que los conflictos entre religiones son de más antigua data que el advenimiento del actual sistema económico.
A lo largo de la historia, muchos han sido los episodios que dan cabida cuenta de la incapacidad de las religiones para convivir: la aparición y persecución del Cristianismo en la Roma Antigua, el desprecio del Islam y la persecución a los “herejes” durante la Edad Media, la destrucción de culturas y religiones latinoamericanas durante el descubrimiento – conquista del “Nuevo Mundo”, las guerras religiosas de los siglos XV y XVI, las Guerras del Golfo contemporáneas (en las que un EE.UU. portador de un orden moral y democrático “justificado” por Dios, invade naciones de religión islámica) y los mismos atentados a la embajada de Israel y la sede de la AMIA en Argentina (por mencionar un hecho local). Sin embargo, un análisis (no tan) profundo de todas ellas pone en relieve la verdadera causa del problema: los conflictos inter y (porque no) intrarreligiosos son más producto de las interpretaciones que el hombre hace de la fe que de la fe misma. Como sostiene el cardenal Jean-Louis Tauran, presidente del Consejo Pontificio para el diálogo interreligioso: “no deberíamos temer a las religiones, ¡ellas generalmente predican la fraternidad! Es de sus seguidores de los que deberíamos tener miedo, de aquéllos que pueden pervertir la religión poniéndola al servicio de malos propósitos”.
Sosteniéndonos en las palabras del purpurado es que, ahora sí, se podría culpar a los intereses económicos y políticos de ejercer influencia directa en las interpretaciones (y usos) de la fe, pero ello no hace a nuestro trabajo. Lo que debe comenzar a analizarse a partir de las palabras del cardenal es la posibilidad que las religiones tienen de dialogar pacíficamente en la actualidad.
Erich Fromm, un psicólogo social, sostiene en su libro El miedo a la libertad (dentro de tantas otras cosas) que la religión (junto con el nacionalismo) une a los hombres contra aquello que más temen : la soledad. Según el psicólogo, el hombre moderno tiene miedo de cargar con su propio yo libre, y por ello se resguarda en formas colectivas de evadir la libertad. Es de reconocerse que el autor centra sus análisis en los fenómenos del autoritarismo y la “estandarización” de las personalidades (que el hombre actúe de acuerdo a lo que la sociedad espera de él); sin embargo, también debe darse lugar a pensar (ya separándonos de los expuesto por Fromm) en que medida el hombre justifica sus necesidades (o intereses) a partir de la religión, el nacionalismo u otras formas colectivas de (en cierto sentido) “evadir” la realidad, así como los intentos de cambiarla y la justificación de que “lo mío es lo primero y lo único”.
Lo anteriormente citado constituye una interpretación negativa (coincidente, en mucho, con la realidad), si se quiere, de lo expuesto por Fromm. Pero también hay una visión positiva, sobre la que se hace necesario recaer: si la religión es un vehículo (necesario) de común - unión del hombre. ¿No puede liberarse esta de las perversiones que este le incorpora? ¿No es posible separarla del nacionalismo a ultranza que, en muchas ocasiones, justificó sus fines políticos mediante la imbricación con la fe? ¿No pueden concentrarse, las múltiples religiones, en potenciar sus numerosas coincidencias en lugar de radicalizar sus pequeñas diferencias?
Un paso de tal magnitud exigirá, sobre todo, dos cosas que, por lo apreciado en la historia del hombre, son muy difíciles de alcanzar: uno, separar razón (o, en este caso, in-razón) de fe, y dos, estar predispuesto a conocer, comprender y aceptar al otro, al tiempo que permito que él mismo me juzgue según sus propias lógicas y argumentos.
Separar razón de fe o, como se dijo, “in - razón” redundará en evitar que los vicios e intereses propios del hombre “contaminen” los postulados de las religiones, en tanto mensajes fraternales más que destructivos.
El conocimiento del otro, su aceptación y su comprensión implicarán la base fundamental para el diálogo interreligioso, al tiempo que abrirá espacios para la construcción de una “convivencia religiosa”, dejando de lado la medieval concepción de “tolerancia religiosa”, concepto sobre el cual recae, subyacente y fuertemente, la concepción de tensión entre religiones. Conceptos como este, pueden ser relacionados con lo expuesto por Rodolfo Kusch en su América Profunda: según el autor, el hombre ya no debe concentrarse en el mero ser (al que identifica con la imagen que nosotros proyectamos de nosotros mismos, a sabiendas de que no es así) sino en el estar. Es decir, si un hombre se basa en las cualidades en las cualidades del otro (el ser), puede juzgarlo y dilapidarlo. Si, en cambio, lo considera a partir de sus necesidades (estar), puede comprenderlo y apoyarlo. Así, se revela que el principio y, al mismo tiempo, propósito del diálogo interreligioso (y porque no, ecuménico) es la necesidad del otro, el lazo fraternal verdaderamente propuesta por la fe; en lugar del interés propio, ese enviciamiento por el cual el hombre irracionaliza la religión.
Inscribiéndonos en lo planteado por el ya citado cardenal Tauran, el que las religiones se sienten a la mesa con la esperanza de la convivencia constituye un riesgo y, también, una oportunidad. En ese sentido, casos como el de la defensa de la sacralidad de la vida, que la Santa Sede y los países islámicos llevan adelante en conjunto ante las Naciones Unidas, es todo un pronóstico esperanzador para los tan duros tiempos que corren. ¿Será el hombre capaz, alguna vez, de vivir en armonía? Sólo el tiempo lo dirá, pero, por supuesto, en la medida que el hombre este dispuesto a hacerlo: lo que le suceda al hombre no es destino, sino el fruto de elegir y actuar con libertad.

Autores: Emanuel Ayala; Julio Linares